jueves 01 de mayo del 2025
EXCLUSIVO CARAS 29-04-2025 10:24

Pilar Rey abre las puertas del Jardín Japonés Punta

Ubicado en Maldonado, este parque inspirado en la cultura japonesa es parte de la residencia de la familia López Mena. Su propietaria contó a CARAS cómo decidió abrirlo al público.

Solo un soñador sin límites podía imaginar lo impensado. Y solo junto a una mujer meticulosa, sensible y profundamente comprometida con su entorno, podían desafiar los márgenes de lo imposible. Así nació un rincón mágico en Punta del Este, un secreto guardado durante años entre montes y cascadas, donde la armonía del paisaje parecía hablar en voz baja. Hasta no hace mucho, solo unos pocos sabían de su existencia. Hoy, el Jardín Japonés Punta es un paraíso compartido, que recibe con los brazos abiertos a amantes de la jardinería, la cultura oriental, la arquitectura paisajística o simplemente a almas curiosas dispuestas a dejarse hechizar por este mundo suspendido en el tiempo, dentro de la chacra Eladia Isabel, sobre la ruta 12.

No se puede hablar del jardín japonés sin nombrar a dos de sus pilares: Juan Carlos López Mena, empresario visionario y alma inquieta detrás de Buquebus, y su ex esposa, Pilar Rey, una mujer apasionada por la naturaleza, con una energía tan contagiosa como su mirada comprometida. Juntos soñaron, diseñaron y dieron vida a esta obra monumental, “un trozo de Japón en Uruguay”, que no solo fue su casa familiar durante años, sino también un refugio de belleza, serenidad y propósito. Para hacer realidad esa visión, convocaron al paisajista Fernando Matsui, quien había sido responsable del jardín japonés de Buenos Aires, y que se convirtió en una pieza clave en este ambicioso proyecto.

Pilar Rey en el Jardín Japonés Punta

A lo largo de doce años, desarrolló ocho jardines conectados por senderos, lagos artificiales, arroyos y más de treinta cascadas. En plena pandemia, la pintura roja de los puentes terminó de definir la identidad de este parque como un auténtico jardín japonés, que se extiende sobre cinco hectáreas de un predio de más de cincuenta. Sin dudas una obra magistral. Hoy, Pilar es quien más tiempo pasa en el jardín y quien decidió abrirlo para compartir “su paraíso” con la comunidad.

   —¿Cómo surge la idea de tener un jardín japonés en su casa?

   —Vinimos a vivir a Uruguay en 1998, con la ilusión de hacer de esta chacra nuestro hogar. Empezamos a remodelarla de a poco, pero en medio del proceso nos agarró la crisis económica de principios de los 2000. Por un momento pensamos en frenar todo, pero decidimos apostar y seguir adelante. En plena obra, nos mudamos con Juan Carlos y nuestros cuatro hijos chiquitos. Fue una etapa intensa, caótica y muy linda a la vez. En 2003, cuando terminamos de decorar la casa, sentimos que era momento de ocuparnos del jardín. Al principio trabajamos con dos paisajistas distintos, que supieron acompañar esa primera etapa. Pero todo cambió cuando Juan Carlos viajó a Japón. Estuvo dos meses allá, trabajando en la preparación de un barco, y volvió completamente fascinado por la estética, los valores y la filosofía japonesa. Un día, conversando sobre sus ideas, me dijo: “Yo quiero tener un jardín japonés”. En ese momento yo soñaba con una cancha de fútbol para los chicos, pero él insistía con esa visión. ¡Por suerte le hice caso! Viajamos a Buenos Aires para informarnos en el jardín japonés de Palermo, y ahí fue donde apareció Fernando Matsui, que más adelante se convertiría en una figura clave. Fernando vino a Punta a ver el terreno y nos propuso un primer jardín pequeño. Empezamos con eso, trajimos algunos detalles y especies desde Japón, y otros los combinamos con flora local. Paso a paso, nos fuimos enamorando del proyecto. Cuando terminamos ese primer jardín, Fernando nos preguntó quién iba a encargarse del mantenimiento. Y ahí se nos ocurrió ofrecerle que lo hiciera él mismo. No solo aceptó, sino que formó un equipo, y poco a poco fuimos proyectando más jardines. Cada año hacíamos uno nuevo, integrando todo con el bosque nativo y respetando el entorno. Así, casi sin darnos cuenta, llegamos al octavo jardín en plena pandemia. Fue entonces cuando decidimos pintar los puentes de rojo y darle una identidad más clara y definida: la de un auténtico parque de inspiración japonesa pero con alma uruguaya.

   —¿Cuánto tiene de Juan Carlos este jardín y cuánto tiene de usted?

   —La idea y el empuje fueron cien por ciento de Juan Carlos. Yo tuve la suerte de compartir muchos años con él y fui testigo de cómo sus ideas se convertían en realidad. Al principio, él soñaba y Fernando ejecutaba. Pero a partir del cuarto jardín, empecé a involucrarme más. Y en los últimos jardines, sí hay mucho más de mí.

   —¿Cómo decide abrir el parque al público?

   —El año pasado sentí que era el momento, porque creo que las cosas lindas son para compartir. Fernando empezó a invitar escuelas de jardinería y paisajismo, y todos quedaban fascinados. Entonces pensé: esto hay que abrirlo. Ahora hasta yo paso más tiempo en el jardín, me sumo a las recorridas, converso con la gente, escucho lo que sienten al recorrerlo y me emociona muchísimo. Ahí me doy cuenta de que todo vale la pena.

Pilar Rey

   —¿Qué valor tiene para su familia?

   —Esta es nuestra casa familiar. Juan Carlos tiene once hijos y muchos nietos, y todos se reúnen acá. Cada rincón tiene algo de cada uno. A cada nieto le regalamos un árbol con su nombre y una placa. Es una tradición que seguimos manteniendo.

   —¿Cómo le transmite a sus nietos y los demás nietos de Juan Carlos el valor del trabajo que hay detrás de este jardín?

   —Mis hijos y ahora mis nietos han crecido viendo el trabajo y el cuidado que implica. Les enseñamos desde chicos a respetar la naturaleza, y ellos lo naturalizan. Me encanta verlos enseñarles a sus amigos a cuidar el lugar. Acá no se cortan árboles, solo se plantan.

Jardín japonés Punta

   —¿Cómo imagina que va a seguir el legado cuando ustedes ya no estén?

   —Son cuatro grupos de hijos y se llevan bien. También nos llevamos bien las madres. Criamos a los chicos para que sigan valorando esta casa y la cuiden como el legado que es.

   —¿Proyectan seguir creciendo?

   —Sí, siempre. El jardín está en movimiento. Ahora queremos construir una casa de té japonesa para fin de año. Hoy ofrecemos un brunch al aire libre junto a la cascada, pero la idea es que la experiencia sea más completa.

   —¿Qué siente cada vez que abre ese portón maravilloso, una obra artesanal con el árbol de la vida tallado?

   —Respiro y pienso: estoy en el paraíso. Es mi lugar en el mundo. En el camino a casa me detengo, admiro, me cruzo con guazubirás, liebres, zorros, capibaras, lagartos. Amo el contacto con la naturaleza. Si bien voy a Montevideo para estar cerca de mis nietos, paso todo el tiempo que puedo en este lugar.

Fotos: Pablo Kreimbuhl. Texto: Victoria Rapetti.

 

 

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