Una bodega en Uruguay

Playa, pueblo, vino, aceite de oliva, sol, viento, verde. Si se puede resumir en pocas palabras de qué se trata el universo Garzón se usarían estas. Si se tratara de emociones, Christian Wylie, el Gerente General de Bodega Garzón diría: “wow”. Porque eso es lo que le genera a la gente que llega a este lugarcito mágico uruguayo: asombro, sorpresa, ilusión.

Convertir el municipio de Garzón y José Ignacio en un lugar exclusivo de disfrute internacional, donde se pueda vivir todo el año y que además se integre en el ecosistema natural fueron los desafíos que eligieron seguir sus fundadores.

Todo sueño tiene un punto de origen y el del magnate de la industria de la energía, Alejandro Bulgheroni y su esposa Betina, comenzó con una almazara y una bodega en Garzón. Desde el primer momento se pensó como un proyecto sustentable y así se realizó siguiendo los cánones internacionales LEED. La bodega es líder en el mundo por ser la primera en conseguir esa certificación en el 100% de sus instalaciones, explica Christian Wylie. Para cumplir con estos lineamientos, fue diseñada por el estudio de arquitectos Bórmida y Yanzón en una primera etapa y se continuó in house con la constructora propiedad de la familia Bulgheroni, con el arquitecto Carlos Hartmann a la cabeza. Para la decoración recurrieron al prestigioso estudio californiano Backen, Gillam & Kroeger.

Si se verticaliza el edificio, sería equivalente a una torre de 60 pisos. “La Bodega tiene los techos verdes más grandes de Sudamérica, son 7 mil metros cuadrados verdes que se camuflan con el lugar. Esta obra no invade el paisaje, se asimila y respeta el relieve de la zona”. Wylie comenta que tras un estudio de biodiversidad que realizaron en la zona de La Quebrada, se seleccionaron 9 tipos de arbustos que sobreviven al clima, para plantar en una superficie aproximada de 2 hectáreas.

Dentro de toda la bodega se puede encontrar arte conceptual. Por ejemplo, el artista Pablo Atchugarry diseñó una obra en mármol rosado de Portugal que capta los sonidos y se encuentra ubicada en un lugar privilegiado dentro del club privado.

“La arquitectura moderna del lugar desafía los límites de los cálculos: hay ventanales de 5 toneladas para captar la luz solar la mayor parte del día y ahorrar energía; dos tercios de los materiales se obtuvieron de la zona, por eso se eligió hacerlo en hormigón, piedra, vidrio y madera”. Lograr un espacio industrial y otro social en un entorno natural y además hacerlo sustentable fue un desafío enorme y costó una inversión total de 280 millones de dólares.

Con una arquitectura de primer nivel, aprovecharon el relieve natural para construir más cerca de los viñedos: “Se utilizó la gravedad para la fabricación de los vinos con el fin de intervenir lo menos posible la fruta y expresar mejor el terroir. Siguiendo la filosofía de nuestro enólogo consultor Alberto Antonini mientras menos se tenga que bombear la fruta hacia arriba o manipular el vino es mejor”. Para la parte más alta del edificio se explotaron las vistas de los viñedos y así agasajar los sentidos en el restaurante o las salas privadas.

El arma secreta del lugar es la roca de nombre Balasto. Es el terroir más noble del planeta: un granito meteorizado de unos tres mil millones de años que permite un excelente drenaje. Aquí está sobre el terreno y es muy codiciada para producir vinos por su mineralidad. El viñedo se plantó a su alrededor, se utilizó también para los muros y minimizar así el uso de hormigón.

Con su arquitectura moderna y su sustentabilidad, la Bodega Garzón “desafía los límites de los cálculos”, afirma el Gerente General Christian Wylie.

En la misma edificación también se encuentra el club privado “The Garzón Club”, que cuenta con acceso a helipuerto, biblioteca, un amplio living room, restaurante privado y su propia bodega para realizar microvinificaciones, más la cava. Un lugar pensado para líderes globales. Wylie concluye: “Además de producir vino, se hace todo para vivir grandes experiencias”.

Firma: María José Loss

Fotos: Sabrina Orr

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