Es parte del elenco artístico de la Comedia Nacional, actuó en dos películas —Noche americana y 9—, acumula medio millón de seguidores entre TikTok e Instagram, y es embajadora de marcas globales como Lancôme. Pero, para Sofía Lara, todo comenzó como un juego.
Creció con su madre, su hermana y su hermano, primero en un apartamento en Parque Posadas, luego en Aguada y más tarde, en La Blanqueada. Le gustaba aprenderse chistes de memoria y contarlos frente a su familia. Le gustaba aprenderse chistes de memoria y contarlos frente a su familia. También disfrazarse —su primer recuerdo vinculado a la moda— y coser ropa para muñecas y dibujar personajes de papel. En el liceo descubrió que también le encantaba actuar, y que lo hacía bien. Entonces, cambió su sueño de ser artista plástica por el de ser actriz.
Aunque en Uruguay actuar no sea tan redituable como en otros mercados, como el de Hollywood, Sofía nunca se planteó la posibilidad de fallar. Y su madre la apoyó en todo el proceso. Cuando terminó la secundaria, aplicó a la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD), pero no fue seleccionada. Enfocada en su meta, ingresó a la escuela del teatro El Galpón, donde forman a aspirantes para que integren su elenco. Terminó viajando a Alemania con la obra Unterwegs, una coproducción de El Galpón con un teatro en Núremberg. Y así empezó su carrera.
“A veces uno quiere, quiere, quiere y no sale, pero cuando el camino es el correcto las puertas se abren, y a mí las puertas se me abrían. Y cuando veo una puerta abierta, voy y entro. Siempre tuve esa fe, pero también porque se me iba confirmando en el camino. Los sueños cortitos se me iban cumpliendo. La suerte me acompañó mucho, siempre”, reflexiona, sentada con las piernas cruzadas en la alfombra de su living.
En paralelo, y también sin pensárselo demasiado, empezó una carrera en redes sociales. Allí habla de manera franca con sus seguidores. Cuenta cómo estuvo su día —habló del día que se sacó las fotos para la tapa de esta edición, o cómo fue la entrevista que sigue a continuación—, muestra ropa que compró en tiendas de segunda mano, manifiesta su frustración al no encontrar un sutién en una reconocida tienda o interviene, con su máquina de coser, prendas que ya no usa tanto. En TikTok suelen comentarle que sus videos se sienten como una videollamada con una amiga. Porque, aun sin conocerla, uno siente cierta familiaridad después de ver una decena de videos. Con 27 años, Sofía Lara no es una joven promesa: es un joven talento. Pero aún le queda mucho por jugar.
—¿Cómo vivís la exposición?
—La odio y la amo. Hay algo de eso que claramente me encanta. Esa niña que contaba chistes para que se rieran, que buscaba generar algo en los demás y le gustaba que la miraran subida arriba de la mesa cantando, sigue estando en mí. Es esa búsqueda del amor, básicamente. Que nos amen es lo más humano, es lo que todos queremos. Pero cuando te ponés en un lugar de exposición, aceptás todo: que a algunos les guste y a otros no. Y toda esa otra parte es con la que hay que hacerse amigo. Para mí, ese es el gran proceso que tengo desde siempre: entender que está bien que no le guste a alguien lo que hago. Es un proceso que vivo actualmente y que creo que me va a acompañar hasta que sea una viejita arriba del escenario. Con cada obra voy ganando terreno. Mi trabajo tiene que ver con mi disfrute, no solo con quien lo va a ver. Pero eso me lo tengo que recordar seguido.
—¿Y los comentarios en redes?
—Me llegaron cosas preciosas, y muy poquitos comentarios negativos o desubicados. Pero cada vez que leía uno, veía a esa persona del otro lado escribiendo sin conocerme. Nunca me dijeron nada real, porque no me conocen de manera real. Por suerte nunca me afectó demasiado. Agradezco la exposición porque ahora también puede ser una fuente de ingreso para mí.
—Cuando actuás estás al servicio de una dirección, pero en la sesión de fotos se notó que te gusta tener el control. ¿Cómo conciliás esas dos cosas?
—Depende del proceso y de cada dirección. En el teatro independiente las direcciones que me han tocado siento que han sido algo más colectivas. Ahora, en la Comedia Nacional, encontré una institución un poco más estructurada, donde unos actúan y otros dirigen. No es fácil relegar el control para mí, y más difícil todavía es cuando no estoy de acuerdo con algo. Pero lo único que me queda es confiar. Y hacer lo que pueda con la libertad que tengo en el rol que me toca. Yo les puedo contar a mis amigos, a mi familia o a la gente cuya opinión valoro qué hubiese hecho distinto. Ahí quiero poner el foco: en los que me aman. Porque no podés satisfacer a todos.
—¿Siempre tuviste clara la idea de que estabas en el camino correcto o tuviste momentos de duda?
—Hay muchas maneras de ser actriz y vivir de eso. Pero siempre confié en que a mí se me iba a dar. Era un salto de fe con un poco de imprudencia.
—Además de ser actriz, hiciste una carrera en redes. ¿Cómo empezaste?
—A los 15 o 16 tuve un canal de YouTube sobre veganismo —fui vegana mucho tiempo— porque quería compartir ese mensaje. Durante la pandemia empecé a subir videos mostrando la ropa que me ponía. Me parecía divertido tener mi archivo ahí y encontrar gente a la que le copara lo mismo que a mí. Con todo el boom de la película de mi exnovio (La sociedad de la nieve), me empezaron a seguir un montón de personas, y después se fueron quedando las que realmente se interesaban por lo que hacía.
—¿Y en qué momento decidiste monetizarlo?
—No fue un plan, fue espontáneo. Era por juego, siempre por juego. Al final, lo único que quiero es jugar. Fue por diversión y después se fue transformando en trabajo, porque empezaron a llegar marcas que quieren usar tu alcance y la gente que te mira para promocionar algo. Ahí pongo en la balanza qué sí y qué no. Porque no quiero que deje de ser juego. Pero también es una tremenda oportunidad de generar dinero haciendo algo que me divierta.
—¿A qué cosas les has dicho que no?
—Me han escrito de casinos, y no me parece bien promoverlos. También de algunas clínicas estéticas, más que nada de inyecciones —no hablo de masajes, cremas o un peeling—. Son cosas que me ponen nerviosa. Siento el peso de mi voz: me sigue gente muy joven. He aceptado trabajos con marcas grandes con las que no estoy alineada con su ética de producción, y en qué condiciones se encuentran sus trabajadoras. Pero porque también hago el ejercicio de no cargar en mis hombros el peso de una sociedad entera. Necesito vivir, sustentarme, y para eso también está la parte económica. Es una cuestión de balance. Lo que realmente promuevo es la ropa de segunda mano, coser y transformar ropa. Pero no me lo tengo que cargar todo yo. Eso me lo recuerdo seguido. Aprendí mucho de eso cuando fui vegana: me cargué demasiado desde los 15 hasta los 23 años. Esa persecución, esa culpa, lo único que hace es desequilibrarte a vos también.
—¿Qué te hizo cambiar?
—Cuando falleció mi mamá. Me di cuenta de que tengo que disfrutar también. Si me quiero comer un helado, me lo voy a comer. Si quiero comprar algo en Bershka, me lo voy a comprar. Voy a tratar de tomar decisiones conscientes hasta donde me sienta cómoda y libre. Pero busco escucharme todo el tiempo. Lo único que sabemos es que nos vamos a morir. Me encantaría haberla disfrutado más, y lo estoy procesando. Tuvimos y tenemos un vínculo mágico, le agradezco siempre.
—¿Qué te queda por hacer?
“Lo que me lleve el camino. Hacer más cine, tener mi propia marca de ropa, que es un sueño que tengo hace tiempo. Cuando estudiaba teatro, vendía ropa de segunda mano para tener ingresos. Después empecé a comprar telas y a hacer prendas espantosas (risas). Pero ahora tengo dibujos, patrones, cosas que quiero llevar a la realidad. En algún momento sucederá. No me apura. Estoy muy feliz con mi vida. Estoy súper contenta con mi camino y seguiré caminando, entrando en las puertas que se vayan abriendo.
Créditos:
VESTIDOS: Tavo García. FOTOGRAFÍA: Brian Ojeda. PRODUCCIÓN Y ESTILISMO: Rosario
San Juan. REDACCIÓN: Alejandra Pintos. ASISTENTE DE PRODUCCIÓN: Lucía Buere.
MAQUILLAJE Y PELO: Pame Cambre.



